A tres años de
proclamar el Plan de Ayala, el Ejército Libertador del Sur
tomó la capital de la República, el 24 de noviembre
de 1914.
Poco después,
la tarde del 3 de diciembre, Eufemio Zapata entregó el Palacio
Nacional al presidente designado en Aguascalientes, con estas palabras:
"Cuando los hombres
del sur nos lanzamos a la revolución para derrocar a los
dictadores que por grado o por la fuerza se habían posesionado
de la silla presidencial, hice yo una solemne promesa a mis muchachos:
la de quemar la disputada silla tan pronto como hiciera mi entrada
a la capital.
"Esa silla yo
creo que tiene un talismán de mal agüero, porque he
notado que todos los que en ella se han sentado, no sé
por qué extraño maleficio debido al talismán
de mal agüero, se olvidan de sus promesas y compromisos que
hicieron y su único sueño dorado es el de permanecer
por el mayor tiempo sentados en esa silla".
Las palabras rebeldes
golpearon los muros del salón Emperadores y aun la inmensa
levedad de los nuevos hombres del poder.
Martín Luis Guzmán
trató de vengar la afrenta, años después, al
novelar el acontecimiento:
"Eufemio subía
como un caballerango que se cree de súbito presidente.
Había en el modo como su zapato pisaba la alfombra una
incompatibilidad entre alfombra y zapato; en la manera como su
mano apoyaba la barandilla, una incompatibilidad entre barandilla
y mano".