CRÓNICA DE LA |
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Trasladámonos a Cuernavaca, donde el hombre más influyente del carrancismo dentro del grupo civil, aquel abogado Luis Cabrera, brillante y culto como ningún otro intelectual de la época, va a ver a Zapata y a sus hombres, de parte del Primer Jefe, para intentar un entendimiento. Ante Zapata y su grupo, la elocuencia, la dialéctica maravillosas de Cabrera fracasan en absoluto. ¿Qué sabe Zapata de retóricas? Zapata quiere que se reconozca, de parte del carrancismo, el Plan de Ayala. Y si no se reconoce, entonces él seguirá en la lucha hasta vencer o morir. Aquí está la médula del problema. Yo lo reconozco abiertamente, doy toda la razón a Zapata. Para él, Cabrera, Carranza, cualquier criollo ilustrado y citadino, eran iguales y no los diferenciaba en nada de sus antiguos amos porfiristas. El quería que se repartiera la tierra. ¡Era su obsesión, su enfermedad, su santa enfermedad! Y de nada servía que le hablaran de democracia, y de parlamento, y de todas las teorías y realidades habidas y por haber. Nada hay más concreto que la tierra. ¡Zapata quería la tierra en manos de los peones y poco le importaba quién la entregara, con tal de que la entregara! ¿Qué es
para la Revolución, para México, más importante:
el supuesto legalismo del Plan de Guadalupe, que al fin fue eludido
por Carranza, o la solución económica de los problemas
de la clase campesina, es decir, la realización del Plan
de Ayala?
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