EL MOVIMIENTO |
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La historiografía zapatista ha oscilado entre dos vertientes interpretativas: por un lado, los que ligan al movimiento suriano como uno más de los eslabones (si bien de mayúscula importancia) en la lucha de resistencia secular de las comunidades indígenas por la defensa de su territorio y de su autonomía; por el otro, aquellos que lo caracterizan como un movimiento campesino, asentado en una región con una larga tradición histórica, pero mestizo a final de cuentas. La primera tradición hermenéutica fue fundada por Jesús Sotelo Inclán, y la inauguró John Womack Jr. Sin embargo, en lo que unos y otros están de acuerdo es que el zapatismo, en general, y Emiliano Zapata, en particular, no tuvieron relación alguna con la lengua náhuatl, salvo en un esporádico episodio, que más que una constante fue una excepción: la emisión de dos manifiestos en náhuatl en 1918. El punto de partida para negar la presencia del náhuatl en Zapata y el movimiento suriano se encuentra en una afirmación de Jesús Sotelo, según la cual cuando en 1909 Emiliano recibió los documentos antiguos de Anenecuilco de manos de los ancianos que entonces le entregaban el cargo, este se dio cuenta de que un mapa contenía glosas en náhuatl, así, queriendo saber el significado de su contenido, envió a Tetelcingo -pueblo bien conocido por su dominio del náhuatl- a Francisco Franco en busca de un traductor. Ahí, Franco tuvo dificultades para encontrar a alguien que le pudiera traducir el documento hasta que por fin el cura del pueblo, originario de Tepoztlán (otro pueblo con gran tradición del idioma), realizó la traducción. Basado en este testimonio,
y en una tesis de Elizabeth Holt acerca de Morelos según
los censos porfiristas, Womack afirmó que Zapata no conocía
en lo más mínimo el idioma y que sólo el 9.29
% de los habitantes del estado hablaban en náhuatl en 1910. |
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