LA SALVACIÓN |
|
Yo fuí un amigo íntimo del señor De la Barra. Cuando le di parte de mi comisión, me recibió con sonrisas y abrazos y por éstos y aquéllas, comprendí que mi situación iba a cambiar para siempre. No se necesitaba mucho para captarse las simpatías del señor De la Barra. Era tan vacilante y su situación de Presidente Interino tan falsa, que procuraba hacerse de amigos a toda costa, y para ello los tomaba de los más próximos a él. Yo me puse cerca... Cuando me nombró para hacer la campaña contra Zapata, sentí tal alegría que pude disimularla con trabajo, no obstante que mi rostro es de indio y por tanto inconmovible. Empezaba el señor Madero a defender a Zapata cuando yo, con mi columna, iba a batirlo a Morelos. Estaba convencido de que Zapata era un guerrillero a quien con toda facilidad se podía destruir. Ni guerreros, ni con elementos y un pequeño estado, los zapatistas podían ser aniquilados muy fácilmente. Sin embargo, yo retardé la campaña, la captura de Zapata. Quería dejarle tiempo al señor De la Barra; quería que al fin se deshiciera la tempestad que iba formándose sobre la cabeza de aquel caudillo de la Revolución que empezaba a atacarme por la prensa. Tuve en mis manos a Zapata; podía cortar el telégrafo y acabar con él, cumpliendo las órdenes que para ello tenía; eso es muy fácil para cualquier jefe de columna que quiere hacer lo que le han ordenado y lo que sabe que le van a impedir que ejecute. Pero pensé que
si mataba a Zapata, crecía mi prestigio de militar, pero
terminaba mi encumbramiento, que se iniciaba tan bien, pues Madero
no me perdonaría que yo acabara con la fuerza que quería
conservar para batir a De la Barra en el caso de que éste
no quisiera entregarle la Presidencia. |
|
.
|