UN PUEBLO EN ARMAS. |
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La madrugada del 11 de marzo de 1911 el pequeño poblado de Villa de Ayala, enclavado en el rico valle de Amilpas del estado de Morelos, despertó en alboroto; un grupo de vecinos, entre los que destacaba Emiliano Zapata, se había amotinado y desde el quiosco del pueblo se dio lectura, por primera vez en la entidad, al Plan de San Luis que llamaba a la revolución. Ahí mismo se lanzó el grito de guerra de los campesinos de Morelos: ¡abajo haciendas y vivan pueblos! Los pueblos fueron los que financiaron la guerra. El sentido comunitario de la lucha agrarista quedó plasmado desde el momento en que Emiliano Zapata fue electo como representante de Anenecuilco para continuar con la defensa legal de sus tierras. Aquel 12 de septiembre de 1909 la asamblea del pueblo estableció la necesidad de reunir algún dinero para sufragar los gastos que implicaban dichas gestiones, y se logró juntar al final del día 115 pesos. Una vez que estalló la revolución los pueblos continuaron bajo la misma dinámica. Entendible resulta, entonces, el interés del general Emiliano Zapata por cuidar la relación con los pueblos; de esta manera, desde el Cuartel General del Sur se emitieron diversas disposiciones para evitar -y, en su caso, castigar- los abusos. Por ejemplo, el 18 de
noviembre de 1913 emitió un decreto en el que establecía
que estaba prohibido, de manera estricta, sacrificar ganado de la
gente pobre o de los adictos a la causa; para la alimentación
de las fuerzas libertadoras únicamente se podía echar
mano del ganado de los enemigos de la revolución; y sólo
fuerzas organizadas al mando de sus jefes respectivos podían
matar animales. |
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